A veces podemos sentirnos como gatos sobre un tejado... Confortables, acomodados sobre nuestras tejas de barro calentadas por el sol; alejados de la civilización a varios metros de altura.
Nuestra principal preocupación en esta vida de gatos es mantener nuestro tejado cálido y el estómago lleno y somos tan astutos, que hasta encontramos en nuestro camino algún ingenuo maravilloso dispuesto a saciar nuestra glotonería y a templar nuestras horas de tedio con algún cachivache que alimente nuestro ego.
Desde nuestra azotea observamos, vemos y oímos todo... pero permanecemos impasibles ante las injusticias que perciben nuestros sentidos gatunos.
Estamos tan holgados en nuestra vida felina que no queremos un despertar humano en el que priman la razón y el sentido común, la solidaridad y la empatía.
De repente, no logramos recordar el día en que decidimos convertirnos en un gato gordo... Intuimos que podemos seguir nuestro propio rastro para volver a ser el gato enérgico que un día fuimos... aunque haya llovido algo a nuestro paso.
Salgamos de nuestro refugio... La vida real está más allá de nuestra zona de confort
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